sábado, 13 de noviembre de 2010

El tiempo no para


Las seis, las siete, las ocho, las nueve… las horas pasan, incansables y tranquilas; el tiempo no para, ni perdona; el tiempo no siente y tampoco te espera; se marcha… A menudo se escuchaba, aun que no muy alta, la voz de Sabina cantando uno de esos temas que aun que se vallan, siempre acaban volviendo a las listas de cualquier emisora. Le aburría el color blanco de las pareces, le entristecía; pero, sin embargo, cuando miraba por la ventana, era inevitable soñar, recordar, y aun que parezca extraño, también sonreír. Llevaba allí mucho tiempo, y había perdido muchas cosas, pero le reconfortaba verse reflejada en las pupilas de su madre, y que su mejor amiga le acaricie la mano al dormir de vez en cuando, y olerle a él cuando entra en aquella habitación a media noche; siempre igual, se descalza, le da un beso en la mejilla y se sienta en el sofá-cama azul claro que hay pegado al radiador, entonces él no lo sabe, pero ella no puede evitar despegar la cabeza de la almohada y mirarle. Se llena de rabia cada noche, justo en este momento, cuando le ve con los ojos cerrados, la espalda torcida, los pies en el suelo, y el brazo sujetando la cabeza, su cuerpo intentando hacerse al sofá, pero sin duda debe de estar realmente incomodo. Sí, se llena de rabia porque sabe que el sufre al verla allí, y quién sabe cuánto tiempo tardará en cansarse, cuándo querrá cambiar de rutina, o cuándo querrá salir corriendo, y olvidarse de hospitales, de horarios, de batas blancas, del “pi pi” continuo de la máquina, de sus ojos casi siempre cerrados, de sus brazos cansados, de su mirada triste, quién sabe cuándo querrá olvidarla a ella. Cuándo intentará despegarse de su vida e intentar desaparecer, esfumarse.

Era un día tan normal como cualquier otro, el sol salía detrás del mismo edificio, ella lo miraba a través de la misma ventana, el reloj marcaba la misma hora, a la misma hora que ayer, y que antes de ayer, el “pi pi” no dejaba de sonar, le trajeron la comida a las dos y diez, tal y como sucede cada día y por la tarde, simplemente seguía esperando, esperando a que pasase algo que hiciera su día diferente. Estaba cansada de que siempre pasaran las mismas cosas; odiaba la monotonía, y su vida ya no era más que eso, siempre lo mismo, hora tras hora, día tras día. Las diez, las once, las doce… después de todo, las horas siguieron pasando, incansables y tranquilas; el tiempo no para, ni perdona, el tiempo no siente y tampoco te espera.

1 comentario:

  1. Me ha entancadooo tu blog!!!!!! Has conseguido que se me salte alguna lagrimilla de verdad increible
    Me hago seguidora tuya, espero que no importe

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