sábado, 13 de noviembre de 2010

¿A caso eso importaba ahora?


“Si pudiera, volvería al pasado, si, iría corriendo y cambiaría lo que he hecho mal. Si pudiera créeme que lo haría.”
Ésa era la frase, que le rondaba la cabeza al menos una vez al día, desde hace ya mucho tiempo, la frase que le irritaba, que le entristecía…
Eran las once y pico de un domingo cualquiera, después de una semana agotadora y rutinaria, salía de una pequeña sala de cine con asientos tapizados color granate de ver una película, de la cual, hoy por hoy, no sabría decir nada; de ese día, sólo recuerda lo que pasó unos minutos después de salir de aquel sitio.
Caminaba en silencio, sobre sus nuevos mocasines y dando pasos cortos (no quería llegar a casa, porque allí le abrumaba la realidad de las palabras que le dijo años atrás quien en aquel entonces pensaba que sería el amor de su vida: te quedarás solo si sigues así, no quiero volver a verte), cruzaba la calle con la mirada dispersa, clavada en un punto fijo y difuminada entre la contaminación de aquella ciudad, escuchaba el motor de los coches, el sonido que hacía el agua de la lluvia cuando resbalaba al interior de las alcantarillas, escuchaba todo ese ruido que hacían las personas cruzando pasos de cebra, algunos con prisa. Mientras, contemplaba el espectáculo de Madrid a media noche, la luna, los coches, los semáforos… Gente, carreteras, farolas, luces, mil luces de mil colores, estilos de vida y agobios, presiones, olores, envidias, miradas, celos, autobuses, taxis y movimientos en general. Tráfico. Muchos relojes, y poco tiempo. Abrazos, enamorados, niños, mendigos y Doña perfecta, más gente, y palabras que vuelan alto y se cuelan muy hondo. Esas palabras que quieres volver a oír. Corazones asfixiados, el eco de su cabeza, con mil preguntas dando vueltas, cajones que guardan diarios de historias de vidas, cajones sin luz, sombras…
Especialmente una sombra es la que llama su atención y le hace levantar la mirada, aun que todavía de manera distante. Seguía encerrado en su mundo.
Fue entonces cuando la vio a ella.
Llevaba meses imaginándose el momento del reencuentro, se lo había imaginado de muchas formas y colores diferentes, tal vez a la salida del metro, bajando por las escaleras que suben a la Gran Vía, en un bar de esos llenos de almas solitarias, tal vez en un concierto a los 40 años con sus respectivas parejas, en un viaje, lejos de su país… se darían dos besos, reirían y posiblemente recordarían su amor pasado, su amor de cuando eran jóvenes.
Pero no, simplemente, se la ha encontrado, un supuesto domingo cualquiera, pero que ya ha dejado de serlo, andando por las calles de una ciudad que les vio enamorados, una ciudad que les vio ser ellos mismos y que supo guardar sus secretos. Simplemente se la ha encontrado cuando aún no estaba preparado.
Se quedó inmóvil tratando de hacer algo, de no parecer ridículo, pero su cerebro no fue capaz de mandar ninguna orden, no supo articular palabra, ni siquiera echar a correr, el cerebro de ella fue más rápido:
- Te he echado de menos.
Fue en ese momento, al oír aquello, cuando el cerebro reaccionó, y a él le tocó sonreír.
Puede ser, que volver sin más a sus brazos, no fuera del todo correcto, pero, ¿acaso eso importa ahora?
Él también la echaba de menos.

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